Un lugar rico en belleza natural, incluyendo algunas de las mejores playas que he visto jamás. A los 18 años, un amigo mío planeaba hacer un viaje internacional y me pidió que lo acompañara en su aventura. Nunca había estado en un avión ni realmente había tenido interés en alejarme de mi pueblo natal y sus alrededores. El viaje solo estaba previsto para durar unos meses, pero rápidamente se convirtió en años y en un impulso vital por explorar. Jamás habría podido imaginar todos los lugares que iba a ver y las personas que iba a conocer durante ese tiempo, pero decir “sí” a ese viaje cambió mi vida de innumerables maneras.
Fue lo mejor que pudo haberme pasado nunca.
Conozca algunos de mis momentos favoritos aquí
Unos meses después de empezar el viaje, decidí que era hora de comprarme una cámara de verdad. Había estado usando las cámaras compactas de segunda mano de mis amigos, que tenían la pantalla rota y me hacían dudar de lo que estaba fotografiando hasta que pude introducir la tarjeta de memoria en mi computadora para revisarlas. Compré mi primera cámara DSLR y me enamoré de ella. Poder ver las imágenes mientras las tomaba fue un gran avance. Apuntando la cámara hacia lo que me llamara la atención, seguí desarrollando mi estilo a través de muchas aventuras y encuentros con sujetos vivos y de naturaleza muerta. Un proceso interminable que siempre está evolucionando y perfeccionándose.
Detrás de la cámara está mi lugar feliz. Todo se ralentiza y veo el mundo fotograma a fotograma, a menudo los momentos cotidianos que pasan de largo sin pensar ni mirarlos dos veces. El mundo puede ser un lugar tan hermoso y estoy agradecido de poder experimentar los lugares en los que he estado y compartirlos con el mundo. Las interacciones humanas nos forman como personas, he tenido la suerte de conocer gente amable en los 7 continentes y aprender de un grupo diverso. La sensación que tengo cuando conecto con alguien y se quita la máscara frente a la cámara, revelando su identidad y su vulnerabilidad, es muy gratificante y me hace volver una y otra vez.
Después de muchos años en la carretera, ahora considero a Cuenca, Ecuador, mi hogar. Una ciudad animada, rodeada de las montañas de los Andes y parques nacionales, y llena de cultura.
Siempre en busca de una historia y nunca lejos de mi cámara, estoy emocionadao por lo que está por venir.
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